Con profundo pesar, anunciamos que nuestro amado Papa Francisco ha pasado a la Casa del Padre. Desde la Concatedral de Santa María de La Redonda, nos unimos al dolor de toda la Iglesia por la pérdida del sucesor del apóstol Pedro, quien dedicó su vida hasta el último aliento al servicio de Dios y de la humanidad. Su pontificado ha sido un testimonio luminoso de humildad, servicio desinteresado y entrega incondicional, especialmente hacia los pobres, los marginados y los descartados de la sociedad. Su legado perdurará como un faro de esperanza y amor en un mundo necesitado de reconciliación y fraternidad.
El Papa Francisco, con su sencillez y cercanía, nos enseñó que la verdadera grandeza reside en el servicio a los demás. Sus gestos y palabras resonaron en los corazones de millones, recordándonos que la fe se vive en la caridad y en la búsqueda incansable de la justicia. Desde su elección en 2013, guió a la Iglesia con valentía, promoviendo una renovación espiritual y una mayor apertura al diálogo con el mundo contemporáneo. Su compromiso con los más vulnerables, su defensa de la creación y su llamado a la misericordia han dejado una huella imborrable en la historia de la Iglesia y en la humanidad.
Encomendamos al Santo Padre al Señor Resucitado, pidiéndole que le conceda la paz eterna del Cielo a su servidor bueno y fiel. Que el Dios de la misericordia lo acoja en su gloria, premiando su vida entregada al Evangelio. En este momento de duelo, nos unimos en oración, confiando en que el Papa Francisco, desde el cielo, seguirá intercediendo por la Iglesia y por el mundo.
Sus últimas palabras, pronunciadas en la Bendición Urbi et Orbi del Domingo de Pascua, resuenan con fuerza: «Desde el sepulcro vacío de Jerusalén llega hasta nosotros el sorprendente anuncio: Jesús, el Crucificado, «no está aquí, ha resucitado» (Lc 24,6). No está en la tumba, ¡es el viviente!». Con estas palabras, el Papa nos recordó que el amor vence al odio, la luz disipa las tinieblas, la verdad prevalece sobre la mentira y el perdón triunfa sobre la venganza. Aunque el mal persista, ya no tiene poder sobre quienes acogen la gracia de la Resurrección. Que este mensaje inspire nuestra esperanza y nos guíe en el camino de la fe.