El retablo mayor dedicado a Santa María de La Redonda, a quien está dedicado el templo. Para admirarlo en detalle, te invitamos a que tomes asiento en los bancos delanteros o lo contemples desde las escaleras que dan acceso al altar. Abren el presbiterio y el altar mayor dos excelentes púlpitos platerescos repujados en hierro forjado y datados en 1540.

Este magnífico retablo, erigido entre 1684 y 1688, destaca por su esbeltez. Consta de una gran calle central con el relieve del Árbol de Jesé que representa la genealogía humana y divina de Cristo basada en la profecía de Isaías. Refleja los misterios de la Encarnación y el Nacimiento de Cristo como cumplimiento de dicha profecía mesiánica. La figura de Santa María de La Redonda, extraordinaria talla hispano-flamenca del siglo XV, sobre una copa-peana preside el conjunto. El Niño Jesús aparece en el regazo de su madre. En las calles laterales, entre fastuosas columnas salomónicas, se alzan las efigies San Pedro y San Pablo.

Coronando este magnífico conjunto podemos admirar un majestuoso Crucificado de estilo manierista del siglo XVI. Cristo murió por nosotros y en su sacrificio redentor quedamos salvados y justificados. El ático, rodeado de distintos seres angélicos, está rematado por la figura del Padre Eterno que sujeta una esfera del mundo en la mano izquierda. Mientras, con su diestra nos bendice levantando tres de sus dedos, evidente signo trinitario. En la bóveda podemos contemplar unas pinturas barrocas con alegorías de las letanías marianas.

En la parte inferior de este espectacular conjunto escultórico está ubicado el baldaquino-tabernáculo. En su portada se halla la preciosa imagen repujada en plata de la Inmaculada Concepción que custodia el mayor tesoro que podemos encontrar en el templo, la Presencia Eucarística del Señor en el Sagrario.

“Yo soy el pan de la vida; el que viene a mí nunca tendrá hambre,
y el que cree en mí nunca tendrá sed.”

(Jn. 6, 35)

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